viernes, 11 de diciembre de 2009

Cuaderno

“Disculpame Maca, pero se me terminó el cuaderno y no me dio el tiempo de comprar otro”. Me dijo Ale, mi terapeuta, mientras buscaba un recoveco donde poder escribir.
“¿Y cuántos cuadernos llevo?”, le pregunté.
Se río y agregó con tonito, irónico “¿Querés saber cuántas hojas tiene también?”. Antes que le contestara, ya conocía la respuesta, se fijo en la contratapa y me dijo, “Tiene 500”. Me parecía relevante el dato porque siempre creí que el mío se destacaba entre toda la pila de cuadernos que tenía a su lado. Como que el resto de los pacientes tenían cuadernos de 200 hojas y el mío era de 500. Lo cual no me hacía “especial” ni “diferente” ni colocaba en un lugar preferencial, pero denotaba que había estado un poco trastornada o ella estaba llena de nuevos paciente. Me inclino más por la primera opción, porque en ningún momento hizo una campaña para captar nuevos clientes, ya sea comunicando inscripciones abiertas o algo más one to one con sus actuales “consumidores”. Por ejemplo, podría habernos dando un flyer a dos tintas en un papel kraft con el siguiente texto: “trae a un amigo que veas que está en el horno y tenés una consulta gratis!”. Y entre todos los pacientes que participáramos de la promo, se podría sortear un mes gratis. Uy, un mes sin el fuckin´ gasto fijo de terapia. ¡Qué placer! Ahora que lo pienso es una buena acción de marketing para proponerle, tal vez en algún momento se la mencione. Aunque no quiero que me mal interprete y me termine aumentando la frecuencia de consultas o me derive al “shrink”, como cuando le comenté mi idea de los famosos tips de la felicidad que nunca entendió y sigo pensando que es buenísima.
Así que me limite a preguntarle, “¿Y qué hacés con los cuadernos? ¿Los guardás?”. Quería que me lo diera, era mi diario de viaje y me parecía justo que yo me lo quedara.
“Los tengo en casa en un placard.”, me respondió. “Hasta tengo el tuyo de la primera vez, lo vi el otro día. Ese sí que tenía una tapa bien pero bien fea”. Se reía al tiempo que describía la carátula, mientras yo sólo pensaba en lo poco que quedaba de aquella Maca. Sentía que había pasado una vida desde la primera vez me senté en su incómodo sillón. Por mi cabeza pasaba un compilado de imágenes de todas las situaciones que había atravesado desde entonces, como si fuera un clip con escenas de vida, una sucesión de slices of life pero no cualquier life sino my life... Proyectos, sueños, casamiento, adaptación a nueva vida, un poco de extrañitis, cambio de rumbo y estrategia de trabajo de Nico, apoyo incondicional, miedos, desconformidad con mi trabajo, necesidad de cambio, mudanza, nuevo trabajo, desconformidad con mi cuerpo y la vida, flacura extrema, alerta roja interna (tenía un cartel de warning que avisaba a gritos “MACA, LO ESTÁS PERDIENDO! SE VA TODO AL CARAJO!”), se hunde el barco, vamos nena que se hunde, último llamado para este tren, vuelta a terapia, vacaciones, preocupación familiar por mi look somalí y mala onda, shrink y una larga lista de sucesos o insucesos que se desencadenaron.
“Los deberías de tirar”, le dije. Insistí en el tema haciendo referencia a que ocupaban un lugar innecesario en su gaveta, como los cuadernos o apuntes de facultad que atesoramos en cajas por largos años y jamás los tocamos. Sobre todo teniendo en cuenta que ella tiene dos críos, uno de dos años y otra pequeña de apenas unos meses, y tiendo a pensar que necesita espacio para los chiches de los nenes.
Además, agregué “seguro que tienen mala vibra esos cuadernos”. En realidad, no estaba pensando ni ella ni en sus críos ni la mar en coche, me importaba tres carajos, sólo quería que me diera lo que era mío. A fin de año podría entregarlos como en la escuela que después de la ceremonia de fin de curso, nos juntábamos en el salón de clase y las maestras nos daban todos los cuadernos envueltos en papel celofán de color (amarillo, rojo, azul o verde), como si fueran un gran caramelo.
“Después de un tiempo los tiro, pero no sé, me da lástima tirarlos”, me decía mientras arrancaba unas hojas de otro paciente. A esta altura era evidente que no los iba a largar, al menos espontáneamente y a mí tampoco me daba para pedírselos. Así que se me ocurrió que revisar su volqueta por la noche. Esperar agazapada detrás de una árbol o murito, el momento para lanzarme a la presa (los cuadernos). Aunque tampoco puedo clavarme de acá al resto de mi días esperando la carroza. Además, seguro que me de a la captura y ahí no zafo de las tres o cuatro consultas semanales. Y qué pasa si los usa como insumo para prender la estufa. Mejor le pregunto, “¿Y qué hacés con ellos?”.
Me respondió “Repaso, me sirven para ver cosas”. Me quedó resonando la palabra “ver”, como haciendo eco en mi cabeza. Tenía unas ganas de decirle “¿ver qué mi negra? Acaso no está todo a la vista.”. Bueno, se me está yendo la moto, cool down Maca, cool down. Intento no hacer ninguna mueca, Maca smile, smile please, y afirmo “creo que los deberías dejar ir”.
Y ella como todos los martes y viernes, me dijo con cara de poker “Bueno, te ascolto...”.