jueves, 5 de junio de 2008

Ganas de correr

A veces tengo ganas de salir corriendo. Mi estilo atolondrado, fofo, es lo único que me aleja de ese objetivo. De todos modos corro en mi imaginación. Lo hago desde que era chica. Llegué incluso a conseguir patrocinio con Nike y a participar en equipos y competiciones olímpicas, pero mi tendencia a joderme el ligamento del tobillo me dejó fuera de órbita. La última vez que me lo rompí, un médico me dijo que la próxima vez quedaría coja. Fue hace un mes, intentando huir de la fábrica donde pego botones.

Hoy sentí fuertes ganas de volver a correr. Tenía motivos de sobra para sudar. Para dejar salir por mis poros esos pensamientos intrincados que me roban horas de sueño. Que se empecinan en hacérmela difícil.

Dejé prendida mi laptop y junto a ella una botella de agua, cosa de no levantar la perdiz en el trabajo. Me acerqué a la puerta, caminé hasta la esquina y comencé a trotar sin mirar atrás.

En cada paso iban cayendo mis demonios. Me iba sintiendo más ligera de peso.

Cuando quise acordar, levanté la mirada y me encontré con autos tuneados, personas con buzos deportivos y ropa holgada. La ciudad estaba empapelada con banderines, luces y guirnaldas. Estaba asombrada de no ver ni un envoltorio en el suelo.

Estaba parada en el medio de un estacionamiento de un WalMart en Milwaukee, en el estado de Wisconsin. Me acerqué a una señora que estaba frente a su Van guardando sus víveres. Tenía la tez tan blanca que se le veían las venas, pelo rubio desaliñado, buzo de algodón azul con unas siglas bordadas (seguramente proveniente de la universidad local) y campera de nylon por debajo de la cintura manchada por alguna salsa. Era un poco robusta para su baja estatura. En su carrito tenía: docenas de latas de Dr. Pepper, Light Coke Decaf, packs de Budweiser, pie de calabaza, tacos, salsa barbacoa, frijoles, un galón de leche 0,5% Fat, waffles, maple syrup, chocolates, frutos rojos, pepinos, zanahorias baby y un enorme pavo asado.

Traté de explicarle con mi spanglish lo que había sucedido. Lo primero que atiné fue a pedirle prestado su celular. Por suerte, recordada la clave a Uruguay de aquellos meses de intercambio. Habían pasado ya diez años. Necesitaba llamar a Nico y contarle que estaba bien. No quería que se preocupara. Disque pero no atendió. Así que le dejé un mensaje en el contestador con la promesa que volvía a llamar. Le avisé que no me esperara a comer porque los Blake me habían invitado a pasar Thanksgiving (acción de gracias) con ellos.

Nos tomamos de la mano y Mary Anne comenzó a dar gracias. Agradeció por el pavo relleno que estaba en la mesa, por el reciente dientito del pequeño Mike, por cada uno de los pies de calabaza y rasberries que habían en la mesa (27 en total) e incluso hasta dio las gracias por mi presencia. Como forma de homenajearme me ofreció cortarlo. En ese momento agradecí todas las horas que había pasado frente al Gourmet Chanel.

Empiezo a extrañar correr entre los unicornios y faunos.

Me empieza a doler el tobillo, ¿será hora de volver?