martes, 17 de noviembre de 2009

SMS

Ayer cuando volvía de lo de Ale, aproveché el viaje para intercambiar mensajes con Guille que no había ido a trabajar porque se sentía mal de la panza. Creo que más que la panza, estaba un poco triste. Entonces, empecé a imaginar un té para él, gracias a las enseñanzas de Inés.
Le proponía un té negro preparado con hebras traídas de una cosecha limitadísima de la India, una selección de rosas amarillas iraníes, unas ramitas de canela compradas en un mercado en Marruecos y unas cascarillas de naranjas traídas de mi último viaje a Valencia. Pensaba servírselo en un cuenco en vez de una taza, así podía tomarlo con las dos manos y sentirse un poco más reconfortado. Para completar, buena música, nada mejor que Keane con “Under Preassure” para que lo transportara a donde él quisiera. Seguramente a la quinta avenida de Nueva York.
Estaba en la puerta de la fábrica donde pego botones cuando me entró un mensaje en el celular que decía: “Nico ya firmó el divorcio. Tenemos que coordinar para ir nosotros. Llamame. Beso”. Me quedé estupefacta. Y no pude terminar de servirle su blend ni dedicarle la canción. Lo único que pude hacer fue contarle lo que había sucedido. En seguida, me mandó una taza de chocolate caliente para el alma y un link para ver el video de Keane “Under Preassure”. Si no fuese porque el día anterior me había propuesto ordenarme un poco con las comidas, me hubiese tomado un bidón de 5 litros o comido un volcán de chocolate para tapar la angustia que me generaba la situación. Lo sola que me sentía.
Una parte mía, sólo quería correr sin parar, subir los dieciséis pisos y llorar, llorar y llorar. Quería descargarme en paz. Sin miradas ni cuestionamientos. Sin preocuparme por la presentación que me parecía una bosta ni por mantener las apariencias como sin nada hubiese sucedido. Me senté frente al monitor sin decir una palabra, mientras escuchaba unas voces de fondo muy entusiasmadas hablar acerca del proyecto que teníamos que entregar en un día y medio. Voces que me irritaban y me daban ganas de decir “váyanse al demonio” o “pónganse a laburar en vez de boludear”. Pero terminé sentada en el baño, rodeada de azulejos verde agua con la ventana abierta y el sol que me golpeaba. Entre un suspiro y una pausa dejaba correr unas lágrimas. Sequé mis ojos ojos, tome aire, coloqué mi armadura que esta vez era de papel, recé para que el viento no soplara y volví a mi puesto de trabajo. En realidad, recé para que mi jefe no se percatara que estaba con la cabeza en el mensaje que había recibido, en vez de estar pensando en las acciones que habíamos quedado. Me embola un tirón de orejas, escuchar un: “Maca, ¿podés venir? Te noto un poco distraída”. Y ahí, sentada en su escritorio, tener que pedirle perdón por ser de carne y hueso. Llegaron las siete de la tarde, sonaron las campanas y logré escabullirme por la puerta.
Lo que Guille no sabe es que desde entonces no se lo he podido decir ha nadie. Que hasta ahora solo lo sabemos mi abogado, él y yo. Y a partir de mañana Ale. Que probablemente mañana estampe la firma. Que no veo la hora de ver una película media dramática en un día de lluvia para poder llorar desconsoladamente. Que me muero de ganas de tomar esa taza de chocolate caliente.